El verano es un asco, ocho fines de semana de calor y aburrimiento. También odio las redacciones de verano y al colectivo docente. En realidad no odio al General, pero sí que sea un anciano. Todo lo que lo rodea envejece y se marchita con él. Sí que odio nuestro viejo piso con muebles viejos, y por supuesto odio mi cuerpo demasiado joven y mi reciente ortodoncia. Odio casi todo, la verdad, cuando cumpla dieciocho me iré a vivir al Polo Sur. Podría decirse que en verano hago casi las mismas cosas que el resto del año: periódico y pan ara el General, precocino para ambos en el microondas, desde mi ventana espío a Lucía y a su novio con moto, al que odio intensamente. Luego fumo un porro y me hago una paja. Así cada día. El tiempo muerto me tumbo en la cama y contemplo el techo durante horas. Mi vida es tan insulsa que a veces creo que no existo. Lo único interesante de este verano es que he conocido a Liza. Por su edad podría ser mi madre, pero tiene el pelo corto, muchos anillos y es prostituta. El General cree que me da clases particulares y no anda muy desencaminado (gracias a ella no moriré virgen, algo es algo). Este sábado viene a cenar a casa y se destapará el pastel, aunque un gran escándalo en un hormiguero sigue siendo insignificante para el resto del mundo.