Con este libro, el autor corona en su escritura un proceso de alto riesgo y un compromiso mayor hacia esas regiones del alma que no permiten ser explicadas, que sólo la poesía, en cuanto fuerza vibrante y sonora, presenta en su esplendor. Pero este esplendor es un misterio que puede manifestarse como la boca permanentemente sedienta del amor que no consigue paz, pues se traiciona y dobla, o se desata en furia hacia el alabastro de las piernas de la amada. Aquí el lenguaje es ese mismo amor que se desmantela, se acuartela, se constriñe, se pliega y repliega, se oscurece, delira. Son muchos los registros que este lenguaje plasma, y estos registros son el mismo dolor, la misma angustia, la duda como infierno. Entonces muere de pena el dolor, se convierte en rabia, se adelgaza y limpia hasta destellar pleno fulgor en el último poema: "La santa". Limpio y cristalino de arrobar en los campos en los que ser y lenguaje, paisaje y entraña, son una misma cosa.