Un drama rural en la línea de Los santos inocentes o Intemperie, casi un western en la España profunda.
«Serán los hijos los que se conjuren contra el silencio de los padres para arrancar a la tierra de su sombra»
La sombra de la tierra es la historia de dos mujeres o, mejor dicho, de la escalada al poder de una de ellas y la pérdida del mismo de la otra.
Estamos en 1896, en Villaveza del Agua, un pueblo de la provincia de Zamora donde el hambre y la pobreza son las circunstancias vitales de sus habitantes, sometidos a la Garibalda, una mujer viuda y enferma que impone sus propias normas a la comunidad entera.
La dictadura de la Garibalda, el control y la explotación a los que tiene sometidos a los hombres y mujeres del pueblo y el temor reverencial que sienten hacia ella ha llevado a los habitantes de Villaveza a buscar una solución, y esta solución (o eso es lo que creen) es Atilana, una mujer tan dura como sus circunstancias que aspira a conseguir el poder que ostenta la caciquesa.
Enfrentadas desde hace muchos años, el odio las mantiene en pie. La lucha de estas dos mujeres egoístas y manipuladoras arrastrará a todo aquel que esté a su lado. Atilana y Garibalda tan absortas una en la otra, incapaces de ver más allá de su enfrentamiento, no serán conscientes de lo que se está gestando a su alrededor hasta que sea demasiado tarde.
Nadie en el pueblo saldrá indemne de este encono, aunque serán sus hijos, principales víctimas de estas mujeres despiadadas, los condenados a soportar la herencia maldita de estos actos.
La actriz Elvira Mínguez se revela en esta historia como una narradora con una energía extraordinaria, capaz de metabolizar todo su talento dramático y un profundo conocimiento de nuestra literatura en unos personajes trágicos e inolvidables. La lectura de esta novela terrible, y aún así traspasada por la misericordia, que es de la autora pero que nos atañe a todos, tiene el poder catártico, transformador, reservado sólo a las grandes historias.