A partir de sus investigaciones, María Eugenia Villalonga reconstruye en estas páginas parte de las vivencias de los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, específicamente de la Facultad de Filosofía y Letras, durante los años de dictadura: con una facultad militarizada, sus mejores docentes fuera de sus cátedras, los planes de estudio desactualizados y gran parte de la bibliografía censurada.
En este contexto, el arte y la cultura —y todo lo que el oficialismo expulsaba o perseguía— se habían replegado hacia un espacio underground o subterráneo que Santiago Kovadloff definió más tarde como una “cultura de catacumbas”. Allí, los estudiantes podían recuperar, gracias a la tenacidad de algunos docentes cesanteados que habían permanecido en el país y que daban clases particulares en sus casas, la formación que la universidad les negaba: establecieron la mítica “universidad de las catacumbas”.
La autora reflexiona, desde la perspectiva de la enunciación —siguiendo los testimonios de los entrevistados—, sobre los modos en que las personas se apropian del conocimiento en momentos de represión política y, por lo tanto, cultural e ideológica; enfoca su análisis en cómo se vivió la dictadura dentro de la facultad, qué se leía, cómo eran los planes de estudio, cómo eran las sedes, cómo impactó el aparato represivo en todos los órdenes.