No podía ver el camino. Cegado por la luminosa carretera, no le vi. Pero siendo francos, no todos somos dignos de una experiencia extracorpórea. De haber sabido que era yo quien iba a atropellar, hubiera estropeado los frenos, atascado el acelerador a fondo.
¡Oh, Camelia! ¡Dulce y patética Camelia! ¿No te basta el vociferante dolor que profesas día con día?
No es poesía. Ni es arte. Solo son ganas de quejarte.
La pregunta es: ¿Te quejarás bien, o solo quieres desahogarte?