Con un humor tan brillante como corrosivo, Naief Yehya narra esta epopeya de nuestra intrascendencia.
Las cenizas y las cosas es la desternillante aventura de un tipo con poca voluntad y menos suerte, así como una foto -tomada con un celular de los noventa- de la tragicomedia humana.
Nueva York, finales del siglo XX. El escritor mexicano-iraní Niarf Yahamadi recibe una invitación a inaugurar un auditorio con su nombre, en la Academia Cuauhtémoc de San Ismael. Se trata de un homenaje a su notable carrera y sus aportaciones a la cultura.
El escritor queda perplejo: ¿cuál carrera notable, qué valiosas aportaciones, dónde diablos está San Ismael? Ante la extravagante proposición, lo prudente sería declinar, pero una razón borrosa lo empuja a aceptar: quizá la curiosidad, un dejo de vanidad o el simple deseo de salir por unos días de esa ciudad aplastante y de su erosionada vida de escritor.
Al llegar a San Ismael, una especie de inercia funesta y trivial azota al escritor: nadie acude a recogerlo a la estación de autobuses y la directora de la Academia lo toma por un pervertido prepotente. De pronto sobreviene una tragedia en forma de erupción volcánica. El escritor consigue escapar de la catástrofe y en el avión de regreso a Nueva York vuelca su frustración en la escritura de una nueva novela. Hay planes de publicarla, de presentarla en un prestigioso programa de televisión. Es septiembre, 2001. Nada de esto ocurrirá y las cenizas volverán a cubrir todas las cosas.