Estos cuentos, publicados inicialmente en forma individual y recopilados más tarde en libro, conforman sin embargo un prisma poderosamente orgánico, un templo de once caras cuyas panteras me miran siempre amenazantes, cercándome con pericia y con una belleza de la que no logro escapar. Situaciones límite, el peso del destino, la fatalidad, los dolores del amor: un territorio donde todo lo quebrado parece irreparable, y aun así se presiente esa devoción ciega por tantear el doloroso tejido de la experiencia, por comprobar y testificar.
Pero debo confesar mi especial fascinación por el cuento "Las panteras y el templo". Cada vez que lo leo, el libro entero parece replegarse en sí mismo y refractarse en todas direcciones. ¿Qué es lo que me encandila tan poderosamente? ¿Por qué me deja temblando ese cuento? "Todo fue diabólicamente extraño", dice Abelardo Castillo, y sus palabras vibran de punta a punta del relato. Está hablando, creo, del acto mismo de la escritura, del abismo que hay en su entrega. Está invocando el precio vital que se paga por lo que nos fascina, pero también recordándonos que quizá no haya, en este mundo, nada más hermoso que ese abismo.
SAMANTA SCHWEBLIN