La palabra vigilar viene del latín vigere, que significaba “estar en plenitud de fuerzas” para hacer guardias nocturnas. Las vigilantes de este libro son mujeres fuertes hasta en su fragilidad, mujeres entrañables que observan, cuidan y acompañan durante la enfermedad, el embarazo, la alegría y la pérdida. Pienso en este hermoso libro de Elvira Liceaga como un talismán de fortaleza.» Jazmina Barrera
Tras pasar unos años fuera, Julia vuelve a México. Se instala en casa de su madre, Catalina, persiguiendo las huellas de su pasado como una forma de reencuentro consigo misma. En su regreso conocerá a Silvia, una joven embarazada que vive en una casa de acogida esperando el momento de dar a luz y entregar a su hijo a otros padres. Entre las tres mujeres se establecerá un inesperado juego de espejos que nos colocará frente a algunas de las grandes cuestionesque a todos nos asaltan, como nuestra relación con ese origen que es la madre y el cuidado, a veces vigilante, del otro.
Sutil e inteligente, la prosa de Liceaga se pregunta quiénes somos en el quiebre de la cotidianidad… y busca en lo íntimo para acariciar nuestras heridas.
La crítica ha dicho:
«Anclado en el vínculo de la sororidad, este libro propone que el viaje de la mujer a la escritura supone un retorno a sí misma. Pero no se trata ya de un regreso solitario, esa furia luminosa alcanza su momento más puro en la arenga colectiva. Así lo descubre la protagonista, Julia, quien ha emprendido muchos viajes para acercarse a la escritura, y descubre que la pregunta más importante se aloja en el cuerpo de la otra, en el silencio del que viene y en el silencio al que va.» Andrea Cote
«Forastera en su casa, la narradora quiere ordenar el caos con la escritura pero las despedidas del presente, el pasado y el futuro siempre la devuelven a la oralidad y a los márgenes, donde se encuentra con otras mujeres en procesos de diferentes duelos. Las vigilantes de esta hermosa novela se han quedado viviendo en mí, porque aquí no hay heroínas ni épicas, sino esperanza en los pequeños gestos. Aquí hay sobrevivientes y un tejido de complicidad.» Alejandra Moffat