Como en "El extranjero", de Albert Camus, la breve noticia de la muerte de la madre del narrador es el disparador para esta estupenda novela de José Zuleta Ortiz. La deriva en la que su autor convierte una experiencia en una voz es suficiente razón para no soltarla. No es una novela de formación, pero lo es, no es una memoria, pero lo es, no es un poema, pero tiene mucho de eso... no es una trama unívoca, pero lleva de la mano al lector como las manos de un invidente imaginan un rostro.
En esta novela del escritor y poeta caleño está el Lazarillo, el Buscón, en los múltiples oficios de Bukowski, en la influencia inequívoca de Salinger, Capote, Mailer, la presencia flotante de Pessoa, de León de Greiff, y de su padre, Estanislao Zuleta y de su madre, María del Rosario Ortiz.
Esta es la novela de un hijo como testigo de desgarramientos que no juzga, y que convierte en parte del diálogo con esos otros –o con ese otro– que es la voz de un niño que se va haciendo hombre dándose cuenta de que crecer es ir perdiendo el valor de las cosas.
Si una vida pudiera ser una función en tres episodios, creo que esta nos muestra cómo la literatura jamás concluye sólo abandona.