El título de esta novela proviene del nombre que recibían los mineros ya a un paso del desahucio por su misma labor y se ajusta muy bien al deseo de Pedro Castera (1846-1906) de recuperar y exponer a la luz la vida subterránea de las minas. En más de un sentido, Los maduros (1882) es una de las obras más impactantes en el desarrollo de nuestra expresión literaria. Ignacio Manuel Altamirano fue el primero que destacó con entusiasmo el valor de Castera: "nos inicia en todos los misterios de la vida minera en México, ilumina para nosotros los abismos de la tierra en que se ocultan los más ricos metales y los abismos de la conciencia popular en que se esconden los más nobles instintos, nos familiariza con trabajos desconocidos para la generalidad y bosqueja en nuestra literatura una parte de la fisonomía de la patria". Aquí, Castera define las dimensiones de su narrativa: "Como soñador, soy el primero que sufro cuando el realismo me obliga a descubrir escenas que no quisiera ni pensar; refiero lo que me ha sido referido; no invento, copio; no hay en esto fantasía, hay realidad profunda".