Spencer Roselló y la Joya, dos personajes que el lector no va a
olvidar, pertenecen ya a la mejor picaresca rioplatense: él, uruguayo,
con una propensión a las apuestas capaz de desbaratar el azar; ella
bailarina, bailaora, mujer tenaz de piernas aptas... sobre todo para las
velocidades que impone su socio y partenaire sólo de fugas.
Los sentidos del agua, cuyo título explicita una ambición que nace y
muere con impersonal naturalidad, y que la cita de Felisberto Hernández
prolonga y llena de ecos (pero yo me moriré con la idea de que el agua
lleva dentro de sí algo que ha recogido en otro lado y no sé de qué
manera me entregará pensamientos que no son míos y que son para mí),
convoca una literatura casi extinguida, la mejor de todas: divertida
hasta el delirio, riquísima en referencia y alusiones y muy digna de
suscitar nuestra gratitud.