Los separaba un año de distancia. Rosario, Rosarito, como la llamaba Andrés Caicedo, nació en Cali, en 1950, y desde muy niña pensó que esa ciudad de costumbres conservadoras era una especie de calabozo (Calicalabozo, la llamó su hermano en un célebre cuento) del que debía huir con urgencia. Muy joven partió hacia Estados Unidos y conformó una familia heteropatriarcal. En la década de los años setenta, mantuvo una fecunda conversación epistolar con su hermano, a quien incluso le ayudó a traducir los guiones que el autor de ¡Que viva la música! pretendía venderle a Roger Corman, en Los Ángeles, en un viaje prematuro e improvisado que lo enfrentó al fracaso adulto.
Con el suicidio de su hermano, Rosario Caicedo ha sido una de las guardianas de su patrimonio y en esta espléndida memoria nos pasea por su infancia en Cali, por los convulsos años setenta, en Estados Unidos, y por su definitiva emancipación a finales de los años ochenta, cuando conquistó su lugar en el mundo a través de su sensibilidad y sus palabras.
En este hermoso recorrido por la vida de una mujer del siglo XX que escribe desde el siglo XXI se trazan las líneas de miles de mujeres que, como ella, se han empeñado en permanecer incómodas ante una sociedad que las reclamaba bien portadas y silenciosas. Este es un grito de libertad y claro, de poesía.