Benigna practica la mendicidad para ayudar a sobrevivir a su señora, doña Francisca, una viuda de la alta burguesía cuyos despilfarros le han llevado a la indigencia. Para justificar sus ingresos, Benigna se inventa un sacerdote para quien dice trabajar. Un día, Benigna cae en una redada y es detenida y encerrada con el resto de mendigos y vagabundos. En su ausencia, aparece en la casa un cura que comunica a su dueña que ha recibido una herencia que le permitirá vivir con desahogo. Cuando Benigna regresa, doña Francisca se niega a admitirla en la casa para no manchar su buen nombre y por «el qué dirán». A pesar de sufrir esta injusticia, Benigna seguirá dando lo que saca con la mendicidad a quien está en peores condiciones que ella, el indigente y ciego Almudena.