Una ficción que combina maravillosamente las reflexiones sobre el duelo, la pérdida, la maternidad y el amor con una trama cercana en la que las casualidades y las palabras se convierten en protagonistas.
Nuestro mundo no se puede explicar sin lenguaje y el lenguaje no se puede explicar sin palabras.
Exactamente de la misma forma que Alicia no se entiende sin Tomás, su hermano mellizo, pues llevan compartiéndolo todo desde el útero. Alicia y Tomás, a su vez, no se comprenden sin sus siempre competentes padres, sin su casa de estilo racionalista, sin su colegio de curas o sin el barrio acomodado de Barcelona en el que han crecido y que ahora les sirve de escenario para capear las responsabilidades propias de la edad adulta.
Como todas las historias, la suya también está expuesta a la pluma del azar y a los múltiples vaivenes que trae irremediablemente consigo. Por eso, el día menos pensado, Tomás y Alicia chocarán con una aplastante certeza: algunos acontecimientos son capaces de tergiversar por completo la narrativa que se espera de la vida. Y es entonces, en el momento en que todo se emborrona —los recuerdos de la infancia, la familia, el trabajo, Barcelona e incluso la férrea relación entre los mellizos—, cuando no hay más remedio que aprender a reescribirse.
Morderse la lengua es una oportunidad para dejarse remover por un puñado de preguntas sabiendo que la respuesta no siempre va a ser la que más nos satisfaga.