La eterna división que envuelve el mito de la conducta femenina radica en la necesidad constante de etiquetarnos: eres buena o mala mujer. A diferencia de cómo se entiende esta polaridad en la conducta masculina —que para que se catalogue socialmente a un hombre como malo tiene que haber infringido la ley—, a nosotras las mujeres la maldad nos brota por los poros de la piel. Es necesario, por ello, estigmatizarnos, o asustarnos con esa posibilidad, como una manera de conjurarnos.
Soy consecuente entre lo que pienso y lo que hago. Soy una transgresora y, como tal, siempre estaré a favor de todo aquello que escandalice a los hipócritas, aquello que los desnude públicamente, que los confronte con su doble moral y los exponga.
Después de todo, me resulta divertido ver cómo se horrorizan con mis comentarios, cuando ellos hacen lo mismo, solo que con la luz apagada, sin que nadie los vea, y hablando bajito.
Si durante algunos de los años de mi juventud provoqué con la desnudez de mi piel, hoy lo hago con mis ideas.