Manuela nació en 1795 y creció en Catahuango, la hacienda de su madre, en donde su verdadera familia fueron sus esclavas Jonotás y Natán, quienes la acompañarían por el resto de sus días. Más tarde estudiaría bajo la vigilancia de las monjas Conceptas, y allí se arraigaría su carácter desafiante y su obstinación por la libertad. Pero no sería sino hasta sus lánguidos años de matrimonio con James Thorne cuando encontraría su gran motivación para combatir por la independencia americana: su amor sin fisuras por Simón Bolívar.
Manuela Sáenz, la libertadora del Libertador, sólo encontraría su debido lugar en la historia mucho tiempo después de su muerte. Pero su irremediable posición de ilegítima –era mujer, era bastarda, era criolla, era amante– fue la razón que la inspiró a arriesgarlo todo, incluso la vida en el campo de batalla, para convencer a Bolívar de que su amor por él y su entrega por la liberación del pueblo eran los únicos dos propósitos inquebrantables de su existencia.
En esta apasionante biografía novelada, Jaime Manrique nos trae de nuevo el conmovedor relato de un ser marginado por la mezquina sociedad de su tiempo. Narrada a tres voces –Manuela, Natán y Jonotás–, Nuestras vidas son los ríos revela la manera en la que todas las revoluciones se gestan en las primeras experiencias de la vida privada de sus protagonistas, y nos deja la inquietante lección de que nuestro efímero paso por la historia de la humanidad, sea mínimo o extraordinario, será el ineludible legado que recibirán los demás.