«Por San Lorenzo pasaron muchos cracks y, según a qué generación pertenezca cada uno, hay nombres que están grabados en el alma. Vi jugar a varios en el Viejo Gasómetro (inolvidable en mi corazón de Cuervo) y otros tantos en el Bidegain. Pero hay uno que borra toda polémica y, de alguna manera, nos pertenece a todos, grandes y chicos, vitalicios y jóvenes socios, un 10 que pareciera llevar el número tatuado en la espalda. Leandro Romagnoli –el querido Pipi– es un símbolo sin tiempo.
Y un ejemplo, como profesional y como persona, que iluminó la vida de este club en las últimas dos décadas.
Por todas las tardes que nos hizo felices, a mí y a mi hijo Francisco, que lo adora desde chiquito; por aquellos goles geniales en el 2001, cuando era un pibe de flequillo con una habilidad asombrosa; por su compromiso inalterable con esta institución, así fuera titular o suplente, siempre tirando para adelante por el bien del club; por los abrazos que nos dimos en las jornadas más hermosas; por todo eso y mucho más, siento que el Pipi es un pedazo enorme de mi vida de hincha. Un ídolo. Un ejemplo. Y un hombre de bien, que defendió a estos maravillosos colores con talento y coraje, una combinación que sólo está reservada para los grandes de verdad. »
Del prólogo de Marcelo Tinelli