Pocos pondrían hoy en duda que el romanticismo es el hito cultural de mayor entidad en Occidente desde el Renacimiento hasta el tercer milenio. Su fuerza centrípeta atrae lo que hay antes y lo que viene después: aquello que le precede es su causa; y lo que le sigue, su consecuencia. El romanticismo inició las grandes revueltas estéticas contemporáneas, que atraviesan la segunda mitad del siglo XIX y de las que, a su vez, derivan los movimientos más relevantes del XX. El énfasis que pone
el romanticismo en las
singularidades nacionales e individuales no anula
su proyección general y colectiva, sino que la subraya.