Una miscelánea íntima...
Existen pequeñas ceremonias cotidianas que no por invisibles dejan de ser importantes. Tu perro las conoce de memoria, el del noticiero las intuye a pesar de no verlas desde su lado de la pantalla. Apretar los dientes podría ser el prólogo de todas ellas. Una sonrisa interior el epílogo de las mismas. Entre ambas reside una disposición del ánimo decidido a encontrar un lado querible hasta en lo punzocortante. Hecha la herida, hecha la cicatriz que la cura ¿De qué otra manera serían soportables las reuniones familiares, las comatosas horas de oficina, el pequeño dolor del tiempo que pasa con más pena que gloria, con más delivery que fusión gourmet?
El queloide es la exageración gozosa de esa costura orgánica. El entusiasmo irónico por la redención doméstica desde el reducto indestructible del recuerdo. Por eso antiguos e inconquistables adornaban sus cuerpos con estas cicatrices sobredimensionadas, testimonios de valor y burla afectuosa ante la adversidad, los lunes, o pisar caca. Carla García, dermatóloga amateur y cirujana verbal de botiquín y curita, disecciona aquí las suyas con cariñosa prolijidad. El resultado es un vademecum portátil que, risueño y agudo, alivia las aflicciones que no sangran pero igual arden.
Léase tres veces al día y bébase abundante líquido.
Jaime Bedoya