El 6 de marzo de 1937 Margarita Rocha y Néstor Mendoza se casaron en el campo de concentración de Fyffes, en Tenerife, pocas horas antes de que él fuera fusilado. Ella tenía 22 años y él, 25. Los dos eran anarquistas.
Cuando aún es solo una niña, Margarita debe cruzar a pie la isla para ir a trabajar como niñera a casa de los Santacruz, una familia pudiente de la Palma. Allí aprenderá a leer y a escribir y se asomará a una sociedad desigual y apabullante a la vez. Pronto se convertirá en la contable de una importante empresa frutera, entrará en los círculos progresistas de Margalit, el boticario, y dará sus primeros pasos en la militancia política, con responsabilidades cada vez mayores en un sindicato anarquista.
Partiendo de la historia real de Margarita Rocha, pero con un estilo torrencial y exuberante, más cercano al realismo mágico que al naturalismo, Carlos Ruiz Caballero cuenta en Retrato del fin del mundo los meses previos al alzamiento franquista; unos días en los que se acumulan la tensión y el vértigo, lo cotidiano se vuelve extraño, y Canarias, ese archipiélago perdido del mundo, se convirtió en el centro de la tragedia nacional.
«Nací en Puntagorda, un pequeño pueblo de La Palma, una isla que tiene forma de un corazón estirado por el peso de la tristeza. Mi madre me llamó Margarita, y siempre reía cuando me explicaba que lo eligió porque no terminaba de decidirme a salir de su útero, como si deshojara esa pequeña flor y presintiera que no era el momento más adecuado para salir al mundo. Y, ciertamente, no lo era».