"Cuando la gente me ve a la cara, me dice 'Alejandro, usted es una buena persona', sé que lo que me están diciendo no es que parezco buena persona, sino que parezco frágil, como con una personalidad deficiente, enclenque". Un hombre común y corriente trabaja en una oficina común y corriente en la que persiguen subversivos comunistas. Intento de buen padre y fracaso de esposo responsable, Alejandro rastrea, interroga y desmiembra a los sospechosos tratando de corregir su camino y el de sus familiares cómplices. En la bodega de su casa guarda el miembro que tendrá que entregarle a la madre del último muchacho que pasó por la justicia de sus propias manos. Luego de atender a sus hijas tendrá que ir a dejárselo. En este monólogo potente e inesperado, Fabio Rubiano pone una vez más de manifiesto y con el estilo contundente que lo caracteriza un tema que atraviesa toda su dramaturgia: la narrativa del victimario. Con frases cortas y punzantes, como una ráfaga de verdades que no se pueden ignorar, el protagonista de esta historia revela las circunstancias que lo han engendrado, logrando que este texto sea más coyuntural que nunca, pues da buenas luces sobre una parte de este país complejo y lleno de contradicciones.