Tras casi dos décadas pudriéndose en una celda, Antonio Gil Valdés decide tomar el lápiz y relatar los motivos que lo llevaron a ser encarcelado en 1956. Con un lenguaje ágil y, en ocasiones, soez y estrambótico, el narrador nos sumerge en un Madrid, y un país, gris y hambriento, plagado de pícaros y sablistas, de verdugos y víctimas: un país henchido por la soberbia de los vencedores y amedrentado por el temor de los vencidos.
Anacronismos buscados, mala leche, crímenes, una pizca de sexo, política y televisión, picaresca a raudales y, desde luego, mucho teatro son los elementos que emplea J. Payá Beltrán para construir su sexta novela: todo un tour de force que consigue zambullir al lector en las bambalinas del Régimen franquista y mostrar la invisible tramoya que hace posible los grandes acontecimientos.
Dramaturgos en ciernes, traficantes de grifa, actrices dispuestas a todo con tal de triunfar, estudiantes menesterosos que no tienen donde caerse muertos, algún muerto (no podía faltar), políticos clandestinos, matones sentimentales, confabuladores de pacotilla, policías sin escrúpulos, analfabetos que se creen criptógrafos… son algunos de los actores que conforman este Elenco de perros. Entre verdades y mentiras y siempre con la sonrisa en los labios, nos dejamos conducir por una trama envolvente, dinámica y atractiva en la que, a la postre, nada es lo que parece.
Como ya sucediera en las anteriores novelas del autor, únicamente el lector es dueño de las claves con las que se completa el mosaico final.