Las olas se aproximaban hacia nosotros, lentas,elásticas, manejables. Sorteamos la primera de la serie, que hizo que nuestras tablas se pusieran en vertical, y encaramos la segunda. ¡Vamos, Manu! ¡Rémala! Pensé que iba a romper encima de mi cabeza. Arqueé la espalda, remé tan fuerte como pude, dejé caer el peso sobre las costillas y sentí que la ola me empujaba, la tabla se movía. ¡Ahora! ¡Levántate! Puse los pies en el centro y me dejé llevar, y fue como si el mar me tomara de la mano. Increíble. Logré surcar un par de olas más, dejando la espuma detrás de mí y moviéndome hacia la pared de agua. La sensación de plenitud y de felicidad fue tan intensa que llegué a comprender la pasión de Joel, de Colin y de todos los colgados que madrugaban para darse el primer baño de la mañana.