Un narrador sale de una piscina, se cambia y empieza a correr por un pasadizo oscuro. Descubre puertas que se abren a territorios (una casa, una habitación de hotel, un estudio, un espacio más amplio, una ciudad o una zona salvaje), lugares donde se representan una y otra vez, hasta el infinito, las relaciones humanas más esenciales (la familia, la pareja, la soledad, el grupo, la guerra). Así describe Jonathan Littell Una vieja historia, con la que regresa a la novela por primera vez desde el acontecimiento literario que supuso Las benévolas (premio Goncourt 2006, unos dos millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, traducciones a treinta lenguas). La novela se organiza en siete variaciones, donde la acción parece repetirse, la misma familia, la misma habitación de hotel, el mismo espacio para el sexo, para la violencia. Pero a medida que todo se repite todo vacila, se vuelve inestable, la incertidumbre se convierte en principio. La identidad misma del narrador se transforma, hombre, mujer, hermafrodita, adulto, niño. De esta manera Littell construye una ficción obsesiva, asfixiante, brillante sobre los bajos fondos del alma, en la que una vez más parece querer tratar al mal de tú a tú. Jonathan Littell ha escrito otra novela magistral. en Las benévolas, tampoco aquí el lector sale indemne de su lectura.