Ante el desamor el odio es una alternativa porque la falta de pasión hace la vida insostenible.
Allá por el siglo XIV, un hedor nauseabundo emana del valle plagado de cuerpos inertes. La cruenta liza ha acabado sesgando la vida de la mayoría de los contendientes de ambos bandos.
¿Gana el que consigue menor número de bajas? ¡Insensata locura que mutila al ser humano!
Siglos después, en el mismo valle los árboles de esqueleto ennegrecido evocan desolación y tristeza. Enormes socavones sembrados de restos humanos en un paisaje teñido, uniforme por el paso de densas e irrespirables nubes de destrucción.En algún rincón una criatura, incomprensiblemente indemne, vaga abstraída, desorientada, invadida por un agrio extrañamiento. «¿Porqué?», se pregunta.
La pasión de odio siempre está presente con sus estragos, porque las situaciones de desigualdad, rivalidad, enfrentamiento y beligerancia no se producen sin afección y emotividad. No sin una pasión que los acompañe y esta es, sin duda, elodio.
Larvado o manifiesto, el odio se siente, se transmite y se aprende corrompiendo siempre la convivencia. ¿O acaso no es el odio el que, cuando se instaura y arraiga en una sociedad, la hace incompatible con la vida misma?
Al igual que las otras pasiones, el odio no proviene de la vida sexual, sino de la lucha del yo por afirmarse. No importa si uno se plantea o no conscientemente ¿qué soy, quién soy o qué sentido tiene mi vida?, porque cada uno intenta respondérselo a través de las pasiones que vive. Investigando, amando u odiando.
Ante el desamor, el odio es una alternativa porque la falta de pasión hace la vida insostenible . Por la sencilla razón de que supone una anestesia vital.
Es claro que se puede estar muerto en vida. Como armazones de cartón piedra que en su intimidad esconden un aterrador vacío, como clones que imitan la vida de otros porque la propia no les sirve.