Las murallas más imbatibles son las propias. Las traiciones más amargas son las que nos inferimos a nosotros mismos.
Las murallas más imbatibles son las propias. Las traiciones más amargas son las que nos inferimos a nosotros mismos. Los años perdidos, los instantes no vividos, la sonrisa no esbozada, la lágrima que jamás dejamos escapar, son enemigos ocultos dentro de la piel de cada uno de nosotros.