G. De la Cruz, J.

Nació, la primera vez, en Madrid, un marzo en los tiempos en que se acababa el racionamiento y el razonamiento; y la segunda, en Zaragoza, un febrero del siglo XXI. Lo que más desea de todas las cosas sería saber a quién se le ocurrió la vida, pues le gustaría hablar con él, o ellos, porque esto no puede ser cosa de uno solo, quien fuera, tuvo cómplices. Los científicos dicen que se creó sola, por no se sabe qué conjuros químicos, pero los cristianos dicen que fue un dios que tuvo un hijo cándido que mandó a la Tierra para redimirnos, si bien lo único que el pobre consiguió es que le hostiaran vivo. Los del islam tienen una historia parecida, aunque menos trágica, y los judíos también, pero no hay que hacerle mucha oreja a ninguno, porque cada pueblo tiene la ingenua convicción de ser la mejor ocurrencia de Dios. Piensa lo que le da la gana y suele decirlo; sabe que la política no es cosa de tomarse a risa, pero no hay más remedio que partirse cuando se oyen sus fábulas. Ha publicado dos novelas, Balas y caricias, una historia esperpéntica de la guerra civil, y Diario íntimo de la ingenua Marilín, otra historia esperpéntica de la sacrosanta transición. Y eso es todo, amigos.