Dos partes, claramente diferenciadas, componen esta histórica leyenda de amor entre unos ojos viriles verde mar y los negros acuosos de la dama.
En la primera parte del relato, un narrador en primera persona va desgranando con un tono intimista, que tiene sabor a confidencia, la presentación, el nudo y el desenlace. La segunda parte la conforman las apostillas que emiten las siete voces que integran el coro, a la manera del coro de la tragedia griega o de la ópera, aunque sea calificado por el narrador omnisciente que lo presenta, de bufo, tragicómico, neoclásico y bíblico, que en su afán de configurar una dialogada cosmovisión, demanda, al igual que en su día lo hiciera el vate Juan Ramón Jiménez: ¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas!
Una novela que invita al lector a saborearla de dos formas distintas, estructura que la dota de gran singularidad y que, seguro, agradará a los lectores.