Sin importar lo que hayas escuchado hasta hoy, lo cierto es que, en este planeta, la ambición y las penas no tienen color.
En el mundo occidental, no hay género musical que no sea producto de la mezcla de dos raíces musicales provenientes del profundo espíritu de antiguos humanos: la africana y la celta. Así como devino la historia de las culturas occidentales a lo largo de los últimos cuatro siglos, ambos espíritus estético-musicales se encontraron para convivir en una frenética vorágine de fascinación y horror mutuos. A pesar de ello, sin que se tenga consciente, la combinación de ritmos y sonidos, que han reflejado la visión de mundo de los pueblos africanos y celtas, desembocó también en la amalgama de las expresiones más esenciales de los pueblos: su religión, sus relaciones normativas sociales y políticas, trayendo como resultado una extraña y joven nación, admirada y despreciada, alabada y vilipendiada, Estados Unidos. Hoymás que nunca, cuando pareciera que la nación a quien se señala de ser el imperio de la actualidad se encuentra de nuevo en una fuerte crisis racial, en la que hay señalamientos de injusticias identitarias, es momento de tomar consciencia de que las penas, como la música, no tienen color, edad ni sexo.