Stifter, Adalbert
Adalbert Stifter nació en la pequeña ciudad mercantil de Oberplan (actualmente Horní Planá, en Chequia) en 1805. Fue el mayor de los hijos de Johan Stifter, que murió en 1817 aplastado por un tren.
Aunque la familia no tenía mucho dinero, Stifter fue educado en el Gymnasium Benedictino de Kremsmünster, y en 1826 se matriculó en la Universidad de Viena para estudiar leyes. En 1828 se enamoró de Franny (Franziska) Greipl pero, tras cinco años de relaciones, sus padres le prohibieron que siguiera viéndola. Fue aquélla una pérdida de la que Stifter jamás lograría recuperarse. En 1835 se comprometió con Amalia Homaupt, con la que se casó en 1837. Fue un matrimonio infeliz. Stifter y su esposa, incapaces de concebir hijos, adoptaron, a lo largo de los años, a tres de las sobrinas de Amalia. Una de ellas se fugaría y otra, Juliana, desapareció y fue encontrada fl otando en el Danubio cuatro semanas después. Mientras vivió en Viena, Stifter se ganó la vida precariamente como tutor de los vástagos de la aristocracia vienesa. Asiduo a la vida intelectual de la capital austriaca, era habitual encontrarlo en el famoso Burgtheater y en los cafés literarios acompañado de figuras como Franz Grillparzer, Joseph von Eichendorff o Robert y Clara Schumann. Tras visitar la ciudad de Linz en 1848, decidió establecerse en ella un año después. Su salud física y mental empezó a empeorar en 1863, y en 1867 enfermó de cirrosis. Sumido en una profunda depresión, se cortó el cuello la noche del 25 de enero de 1868, y murió dos días después. Considerado uno de los más importantes autores en lengua alemana del siglo XIX, a él se deben obras de la importancia de Abdías (1842; editado en español por Nórdica Libros, 2008), Brigitta (1844; en español, Bartleby, 2008), Las piedras de colores (1853), Witiko (1867) y especialmente El verano tardío (1857; en español, Pre-Textos, 2008). El sendero en el bosque (Der Waldsteig), pequeña y deliciosa obra culminada en 1845, aúna todas las virtudes que hacen de Stifter un auténtico genio: las descripciones de paisajes agrestes y el espíritu propio del romanticismo alemán, todo ello bañado por un desenfado y un candor que pocas veces vemos reflejados en una obra literaria con tal delicadeza.
Aunque la familia no tenía mucho dinero, Stifter fue educado en el Gymnasium Benedictino de Kremsmünster, y en 1826 se matriculó en la Universidad de Viena para estudiar leyes. En 1828 se enamoró de Franny (Franziska) Greipl pero, tras cinco años de relaciones, sus padres le prohibieron que siguiera viéndola. Fue aquélla una pérdida de la que Stifter jamás lograría recuperarse. En 1835 se comprometió con Amalia Homaupt, con la que se casó en 1837. Fue un matrimonio infeliz. Stifter y su esposa, incapaces de concebir hijos, adoptaron, a lo largo de los años, a tres de las sobrinas de Amalia. Una de ellas se fugaría y otra, Juliana, desapareció y fue encontrada fl otando en el Danubio cuatro semanas después. Mientras vivió en Viena, Stifter se ganó la vida precariamente como tutor de los vástagos de la aristocracia vienesa. Asiduo a la vida intelectual de la capital austriaca, era habitual encontrarlo en el famoso Burgtheater y en los cafés literarios acompañado de figuras como Franz Grillparzer, Joseph von Eichendorff o Robert y Clara Schumann. Tras visitar la ciudad de Linz en 1848, decidió establecerse en ella un año después. Su salud física y mental empezó a empeorar en 1863, y en 1867 enfermó de cirrosis. Sumido en una profunda depresión, se cortó el cuello la noche del 25 de enero de 1868, y murió dos días después. Considerado uno de los más importantes autores en lengua alemana del siglo XIX, a él se deben obras de la importancia de Abdías (1842; editado en español por Nórdica Libros, 2008), Brigitta (1844; en español, Bartleby, 2008), Las piedras de colores (1853), Witiko (1867) y especialmente El verano tardío (1857; en español, Pre-Textos, 2008). El sendero en el bosque (Der Waldsteig), pequeña y deliciosa obra culminada en 1845, aúna todas las virtudes que hacen de Stifter un auténtico genio: las descripciones de paisajes agrestes y el espíritu propio del romanticismo alemán, todo ello bañado por un desenfado y un candor que pocas veces vemos reflejados en una obra literaria con tal delicadeza.